El relato que os pongo a continuación debió ser parte de una antología en contra del acoso escolar, pero por problemas ajenos a mi persona decidí que no participase en el proyecto y lo quiero compartir con todos vosotros. ¡Espero que os guste!
No paraba de pensar cómo había llegado a esa situación.
Estaba en el baño del instituto, con la puerta cerrada del water y el cerrojo
echado. Oía los gritos y las risas de mis agresores que aporreaban la puerta
sin parar. No quería oírlos, por lo que me tapé las orejas con mis manos
mientras observaba cómo mis ropas estaban totalmente destrozadas.
Mis compañeros de clase se mofaron de mí desde el primer día de curso. Recuerdo
que ese día llevaba una camiseta rosa que mi madre me había regalado con la que
la frase "vive en libertad" que se apreciaba cerca del pecho en un
tamaño no muy grande. Oí susurros y un grito que procedía de una de las mesas
del fondo de las clases: "¡maricón!". En ese momento no le di
importancia al asunto, pero las vejaciones tenían lugar día sí y día también.
Cada vez tenía más miedo de ir a clase y les ponía mil y una excusas a mis
padres para no hacerlo.
- ¡Sal de ahí, mariconazo! - los gritos del cabecilla de mis
agresores me hicieron regresar al presente.
No sabía qué hacer y, lógicamente, no podía quedarme
eternamente en el baño. Respiré hondo, me armé de valor y abrí la puerta. En
aquel instante vi tres pares de ojos que me miraban con furia.
- Ya sabes lo que toca - dijo uno de los chicos mientras se
bajaba la bragueta.
No quería hacerlo, estaba harto de sentirme como un estúpido
y dejar que me pisoteasen como una hormiga. Recordé que me había guardado la
tijera en el bolsillo trasero de mis pantalones después de la clase de imagen y
expresión. Mientras que los tres chicos me decían de todo, deslicé mi mano
hasta tocar la tijera, la saqué del bolsillo y me la puse en la mano.
- ¿Nos vas a apuñalar, mariquita? - me preguntó uno de los
chicos.
No contesté. Cogí la tijera y comencé a rajarme la muñeca
izquierda. Sentí como la sangre brotaba de mi interior y caía en el suelo.
Comencé a marearme y me desmayé sobre el suelo. Oí cómo uno de los tres
agresores gritaba que llamasen a alguien para socorrerme y los otros dos se
fueron sin decir nada. Al poco tiempo noté cómo el chico me abrazaba y lloraba
sin parar pidiéndome perdón una y otra vez pero, ya nada podía curar la herida.
Entre abrí los ojos, le sonreí y los volví a cerrar para siempre.
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